viernes, 10 de septiembre de 2010

Mi vida sin mí






Asumir la muerte.

Transferir su significado.







           
           Cuando alguien pronuncia la palabra destino, pienso en la cultura griega, o mejor dicho en algo antiguo, como que la cosa no fuera conmigo.
Últimamente pienso mucho en la muerte, abrupta y secamente. Me digo ¿qué sucedería si todo acabase ahora? Jamás llego a una conclusión, aunque la idea reposa.
El significado de morir es una impostura, no se sabe nada sobre este concepto, solo su desaparición (física y emocional). Pensar la muerte es en gran medida pensar la vida. No me imagino saber cuando voy a morir, prefiero que mi inconsciente omita esta información. Contar los días y los minutos debe ser, cuanto menos, una sensación angustiosa.
Para el tema del destino en el cine, he elegido a Mi vida sin mi (My Life Without Me, Isabel Coixet, 2003), una película en la cual me enamoré de Sarah Polley a primera vista, sin dudarlo, por su sincera honradez a la rendición de lo que le toca vivir al individuo y asumirlo como parte de su biografía personal, sin que eso suponga un trastorno o una alteración radical de su experiencia emocional.
Todo el mundo está destinado a morir, no sabe ni cuando ni donde, pero lo cierto es que está presente en la inmensa mayoría de los actos que realizamos diariamente. Disimulamos con optimismo para no sucumbir en el vacío existencial.
Mi vida sin mi parte del principio de la inmortalidad, nace de la conciencia de la finitud de las cosas, de nuestro cuerpo, de nuestra vida. Sobre esta idea se organiza una idea que Isabel Coixet ha sabido explotar hasta sus últimas consecuencias gracias a su película más conocida, La Vida Secreta de las Palabras (The Secret Life of Words, 2005).
Existe un motor intrínseco en la filmografía de la directora catalana, y es que basa su fórmula autoral a la referencia, con ello no quiero decir que verse su discurso estético con otros discursos artísticos, pero la contaminación es brutalmente referencial.
Fue con Cosas que nunca te dije (Things I Never Told You, 1996) cuando conocí el cine de Coixet, era increíblemente joven y fuerte como para traspasar las barreras de un cine español demasiado anclado en su terruño. Fue precisamente la movilidad geográfica, tanto en el proceso de financiación como de localización lo que me hizo entender que el nuevo cine español vertía su mirada en la externalización de sus ideas.
Entusiasmado con la idea de que una mujer pudiera dirigir y ser reconocida por ello, su maravillosa Cosas que nunca te dije transmitía una rabia y una fuerza propia del cine más underground americano que jamás había visto. Cine destinado a verse devorado entre salas medio vacías o mutilada en descargas de Internet.
Pero volviendo al tema central de este ensayo, el destino, el hombre y la mujer tienden hacia la muerte, algo inevitable. Particularmente no creo demasiado en el destino, pero si en la muerte, firme sello de lo interminable.
Napoleón dijo en 1808 “qué nos importa hoy el destino, la política es el destino”. Freud a finales del siglo XIX lo tradujo a “la anatomía es el destino”, aunque lo que verdaderamente hace del destino una realidad creíble es la muerte, principio y fin de la toda civilización. Por eso abogo por decir que la muerte es el destino, sin que suponga una tragedia a dicho axioma.
Generalmente nos gusta pensar sobre el destino, como una entidad superior a lo humano, para así quedar expuestos a la irradiación pasiva de ser acto y no potencia. El destino, en Sarah Polley no le hacer ser esclava de su propio determinismo natural, ni siquiera la condiciona, ella persevera en su intento de vivir.
Solamente cuando la protagonista asume su destino -la muerte-, se observa una transferencia de sus emociones. La muerte, como destino irrevocable, ejerce de inviolable condición igualitaria entre los humanos. Pero la enfermedad me parece aún más interesante al mostrar las debilidades corporales, su impacto destierra la superficialidad para hallar en lo verdaderamente importante, la esencia de la naturaleza humana, el momento presente.

Isabel Coixet usa los planos cortos para presentar la intensidad emocional de los personajes, pero les secciona con planos panorámicos para hacer que la imagen contenga una tensión determinada. Montaje, mucho montaje en sus películas. Corta, pega, amplia, desenfoca, mueve, altera y construye todo un universo para ofrecer la mejor estética y lenguaje cinematográfico posible a sus obras.
Influencia de la publicidad o no, lo que si se aprecia es el cuidado de la puesta en escena, el detalle y la belleza de la fotografía. Jean Claude Larrieu es un habitual colaborador del equipo de la directora.
La voz en off de la actriz protagonista embelesa desde el comienzo de la película, una mujer de 23 años que tuvo su primer hijo a los 17, demasiado joven para experimentar con la vida, excesiva madurez concentrada en un cuerpo con tanto futuro pero con cáncer de ovarios. Ruptura que sirve de pretexto para “despertar” y poder realizar proyectos inacabados de una vida sesgada por la formación de una familia en un tiempo demasiado temprano. Dos hijas y un marido, precariedad laboral que no determina una existencia fracturada; en Mi vida sin mi, el amor se comparte por cada fotograma. Se busca el optimismo, aunque no oculta lo amargo de vivir.
Cuando la muerte se hace presente, los sentidos se potencian y se vive el presenta con más intensidad que nunca. Sarah Polley reflexiona sobre la ceguera abismal que respira el mundo con respecto a sus verdaderas preocupaciones: “Ahora ves las cosas claras. Todas las vidas robadas, todas las voces enlatadas… Contemplas todas las cosas que no puedes comprar, que ahora si siquiera quieres comprar. Todas esas cosas que seguirán aquí cuando te vayas. Cuando estés muerta y te des cuenta de que todo lo que hay en los deslumbrantes escaparates, todos los modelos de los catálogos, todos los colores, todas las ofertas especiales, todas las recetas de Martha Stewart, todas esas montañas de comida grasienta, están ahí para mantenernos alejados de la muerte[1].
El mundo del cine llamó a sus puertas a Isabet Coixet en el año 1988, fecha en la que dirigió su primera película, Demasiado viejo para morir joven. Tardó más de siete años hasta conseguir financiación, mucho tiempo, por esa razón emigró a los Estados Unidos para buscar productoras que quisieran arriesgarse en la realización de una producción independiente, con un tono desarraigado, pero potente y eficaz. Cosas que nunca te dice (Things I Never Told You, 1995) ha marcado en el territorio español un pequeño hito en nuestra historia audiovisual, por hacer viables proyectos en el extranjero cuando nadie lo hacía. Pionera en la producción y una de las primeras mujeres en consolidarse en el mundo cinematográfico, conjuntamente con Iciar Bollaín, Hola, ¿estás sola?, (1995), Te doy mis ojos (2003) o Gracia Querejeta, El último viaje de Robert Rylands (1994), Siete mesas de billar francés (2007).
El escenario de Mi vida sin mi se sitúa en Vancouver a principios del siglo XXI, una mujer que trabaja limpiando por la noche la universidad de la ciudad, recibe la noticia de que tiene una enfermedad y que le quedan unos meses de vida. Reside en una caravana al lado de la casa de su madre amargada (una Deborah Harry perfecta) junto a su marido y dos hijas. A su padre hace más de diez años que no le ve. Todo parece un drama sin piedad, pero la interpretación de Sarah Polley contiene el desbordamiento lacrimógeno para establecer con el espectador un pacto tácito de adecuación a la trágica historia.
Algo que me llamó la atención volviendo a ver la película fue la mención del grupo de música grunge Nirvana en varias ocasiones, y que sirve de explicación para relatar el momento cuando la pareja se conoció, en uno de los últimos conciertos de Kurt Cobain, algo que dota de un significado especial el destino de la protagonista. Les une la tragedia, la muerte.
Al terminar una película, el espectador tiene la sensación de que algo muere, pero nos queda su significado, como bien dice Coixet “una película es un acto de fe, un acto de fe con los actores hacia ti, de ti con los actores, del productor hacia ti, del público hacia la película[2].
  








[1] Extracto sacado de la película Mi vida si mí (Isabel Coixet, 2003)
[2] COIXET, Isabel. La vida es un guión. El Aleph Editores S. A. Barcelona, 2004, pág. 107